En anteriores entradas del blog, os hablábamos de por qué en ocasiones tenemos la sensación de “tenerlo todo” y aún así, sentimos que no somos felices. Hoy queremos explicar un poco más por qué se produce este fenómeno, hablando de la adaptación hedónica.
En busca de la felicidad
Es muy frecuente que relacionemos nuestra felicidad con una cierta expectativa positiva, es decir, con esperar que pase algo bueno en el futuro. De una forma no del todo consciente, a menudo atamos nuestra felicidad con objetivos en el futuro. Como decíamos en aquel post que citábamos al principio, tener objetivos y metas es sano y fenomenal para nuestra motivación, pero condicionar nuestra felicidad a conseguirlos no es tan buena idea.
Cuando hacemos esto, nuestro estilo de pensamiento pasa a ser así:
–Cuando consiga un ascenso, seré feliz.
-No estoy bien, pero merece la pena, porque cuando lo consiga seré feliz.
-Si tuviese más dinero, sería feliz.
-Si fuese más guapo/a, sería feliz.
-Todos mis problemas desaparecerían si estuviese en forma o tuviese un buen físico.
¿Os suenan algunos de estos pensamientos? Quizá en alguna ocasión hayáis experimentado esta forma de pensar. Ahora bien, ¿hay algo de verdad en ellos? ¿Es posible que eventos externos nos condicionen hasta el punto de determinar si somos felices o no?
Vamos a verlo con un ejemplo. Supongamos que conoces a dos personas: una de ellas ha sufrido un accidente de tráfico y ha quedado gravemente incapacitada, y la otra, por el contrario, ha ganado un boleto de lotería y ahora mismo es millonaria. ¿Cuál de las dos crees que es más feliz? La respuesta parece obvia, ¿verdad?
¿De verdad lo es, o es solo un atajo que está cogiendo nuestro cerebro? Veamos la respuesta con un poco más de profundidad.
El concepto de adaptación hedónica
Precisamente en un estudio de Brickman y colaboradores se centraron en responder la pregunta de nuestro ejemplo. Para ello, midieron la felicidad subjetiva de tres grupos de personas: un grupo de personas que habían sufrido parálisis física después de un accidente de tráfico, otro grupo de ganadores de la lotería, y otro grupo que al que no le había sucedido ninguna de las dos cosas.
Los resultados son bastante sorprendentes: cuando los eventos eran recientes, la felicidad subjetiva era tal y como podríamos imaginarnos: las personas afectadas por el accidente se sentían muy infelices, los ganadores de la lotería extremadamente felices, y el tercer grupo se mantenía en un término medio. Sin embargo, pasado un año, los niveles habían vuelto prácticamente a la normalidad, es decir, situándose en valores muy cercanos entre los tres grupos.
¿Cómo es esto posible? Pues gracias a la adaptación hedónica. Es decir, a nuestra capacidad para adaptarnos a situaciones extremadamente negativas, pero también extremadamente positivas. Estudios posteriores han demostrado como los presos de las cárceles sufren este efecto, teniendo un gran nivel de infelicidad inicial, pero adaptándose progresivamente a las condiciones (privación de libertad, espacio limitado, etc.) hasta volver a sus valores anteriores de bienestar. De igual modo sucede con personas que pierden a un ser querido, o en entornos de pobreza y carestía total de bienes y servicios básicos, en los que se ha observado que poblaciones realmente pobres experimentan niveles subjetivos de felicidad elevados.
La rueda hedónica
¿Y qué pasa si no nos vamos a situaciones extremas, como fallecimientos de seres queridos, privaciones de libertad, accidentes o enfermedades? Pues que como decíamos al principio del artículo, muchas veces nos quedamos atrapados en la rueda hedónica. Como los ratones atrapados en una carrera interminable, o como el mito de Sísifo, obligado a subir una y otra vez la misma piedra por la montaña. Es decir, fijamos una expectativa ilusoria, pensando que un evento cualquiera multiplicará nuestro nivel de felicidad.
Por ejemplo, imagina que quieres mudarte a una casa más grande. Ves una que se ajusta a lo que estás buscando, y empiezas a fantasear con todos los beneficios que tendría: vivir en un barrio que te gusta, tener más espacio en casa, estar cerca del colegio de los niños, etc. El caso es que tendemos a pensar que a partir de ese momento, la felicidad que nos aporte la nueva casa va a durar todo el tiempo que estemos allí (para siempre), cuando en realidad, volveremos al punto previo de felicidad, una vez superada la euforia inicial. Esto lo podemos aplicar a cambios más banales, para darnos cuenta de cómo nos engaña nuestro cerebro. Por ejemplo, cuando queremos comprar un teléfono nuevo: podemos experimentar el ansia de querer renovar el que tenemos, con la fantasía de lo felices que nos sentiremos, cuando la relidad es que nos acostumbraremos, y buscaremos un nuevo objetivo para conseguir esa dosis de felicidad.
Esto nos mantiene muchas veces en esta trampa de la rueda hedónica, buscando un nuevo cambio con el que experimentar esa felicidad momentánea.
En conclusión
¿Qué nos enseña la adaptación hedónica? Pues en general, que somos capaces de adaptarnos a todo lo que nos sucede. Pero más concretamente, que tendemos a subestimar nuestra capacidad para adaptarnos a situaciones difíciles o traumáticas, pensando que no volveremos a experimentar felicidad, o que nunca podremos vivir en esas condiciones. Y por el contrario, que tenemos a sobreestimar la influencia que tendrían eventos muy positivos en nuestra felicidad subjetiva, como por ejemplo que nos toque la lotería. A este respecto, existen estudios (como el de Kahneman y colaboradores) que demuestran cómo a partir de un determinado nivel de ingresos, el dinero no es una variable que mejore nuestra felicidad, siendo indiferente si tenemos una cantidad o diez veces esa cantidad.
Esperamos que este artículo os haya sido útil y os haga reflexionar sobre cómo solemos pensar sobre nuestra felicidad, un concepto de está rodeado de mitos en los últimos tiempos. Para cualquier duda o consulta, no dudes en ponerte en contacto con nosotros.
¡Un saludo!