El título de este post nace de una reflexión que hago a menudo en consulta: darnos permiso para ser humanos, es decir, darnos permiso para equivocarnos, para no llegar a todo, para no ser perfectos.
Esto que a simple vista podría parecer una obviedad, es algo que a menudo ignoramos, y es que en muchas ocasiones nos exigimos más de lo que podemos dar. Esta hiperexigencia nace de querer dar lo máximo de nosotros mismos en los diferentes roles que desempeñamos en el día a día: aspiramos a ser los mejores en nuestro trabajo, estar disponibles para nuestra pareja, pasar tiempo de calidad con nuestros hijos, mantener una vida social activa, disfrutar de nuestros amigos, mantener actualizadas nuestras redes sociales, estar en forma, cuidarse, comer sano… Lo que en inicio pueden ser buenos propósitos, o ilusiones que es sano perseguir, pueden convertirse en expectativas poco realistas si nos exigimos demasiado.
¿Cómo saber si me estoy exigiendo demasiado?
–A nivel cognitivo, es decir, de nuestros pensamientos, un signo de alarma habitual son los pensamientos del tipo “tengo que”, “debería”, “necesito”… En otras palabras, comenzar a pensar que deberíamos ser capaces de alcanzar todas nuestras aspiraciones de forma muy rígida, no como una meta, sino como una imposición inflexible que debemos alcanzar a cualquier precio.
-A nivel emocional, este tipo de pensamientos nos producen sentimientos desagradables, ya que al ver que no somos capaces de abarcar todo cuanto nos proponemos, comenzamos a experimentar frustración, culpabilidad, e incluso tristeza. Nos sentimos fracasados o impotentes, ya que como hemos dicho, el pensamiento nos está diciendo que deberíamos conseguirlo, y no somos capaces.
-A nivel físico, es posible que si estamos exigiéndonos demasiado en todas las áreas de nuestra vida, comencemos a sufrir somatizaciones: es decir, síntomas físicos provocados por el estrés en nuestro cuerpo. Estas somatizaciones pueden incluir vértigos, mareos, dolor en el pecho, palpitaciones musculares, u otras molestias somáticas que no siempre atribuímos correctamente al estrés.
¿Qué puedo hacer si me estoy exigiendo demasiado?
En primer lugar, es importante cambiar el diálogo interno que nos empuja a exigirnos alcanzar cada vez metas más ambiciosas: como hemos dicho, marcarse metas y perseguirlas es sano e ilusionante, sin embargo, si nuestro pensamiento es que conseguirlo es lo normal, es decir, que no celebro el conseguir los objetivos que me he marcado, sino que lo que pienso es que es lo mínimo que puedo hacer (por ejemplo: quedarme hasta tarde en el trabajo, cuidar después a mis sobrinos, y rematar el día intentando mejorar mi tiempo corriendo), no celebraré el haber hecho ninguna de estas cosas, sino que consideraré que hacerlo es lo mínimo que puedo hacer, y que no hacerlo es un fracaso absoluto. Este estilo de pensamiento es una fuente importante de infelicidad, y corregirlo es un paso imprescindible para dejar de hiperexigirnos.
En segundo lugar, hay que reservar espacios de desconexión, lo que los psicólogos llamamos autocuidado: es decir, buscar espacios para realizar actividades agradables, relajantes, destinadas no a perseguir objetivos o cumplir metas, sino a disfrutar y relajarse.
En este sentido, una pregunta útil que podemos hacernos es: ¿qué le diría a un amigo en esta situación? Es frecuente que seamos más indulgentes con otras personas: es decir, que a un amigo o familiar le dijera que descanse, que priorice actividades agradables y decida marcharse a cenar con su pareja, en lugar de cuidar de sus sobrinos o mejorar su récord deportivo. Que desconecte el móvil a partir de una hora determinada, que no compruebe el correo electrónico ni las redes sociales.
Sin embargo, con nosotros mismos, no solemos ser tan benévolos, y tendemos a exigirnos más y más, aunque no sea razonable que cubramos tantos frentes en un solo día. A veces, los mensajes que nos llegan desde la publicidad, o desde determinados tipos de libros o empresas (como por ejemplo, las que promueven mensajes vacuos sobre la felicidad, o la autoayuda que postula que podemos con todo) promueven este estilo de pensamiento, en el cual consideramos que deberíamos de ser capaces de sobreponernos a todo, y que está mal reducir el ritmo, sentirnos tristes, o decidir desconectar durante un día hasta reponer fuerzas.
Ante este tipo de mensajes que nos dicen que debemos poder con todo, que siempre debemos sonreír y mostrarnos felices, debemos recordarnos que las emociones que habitualmente llamamos negativas, en realidad, no son tal cosa. La tristeza, la ira, la culpabilidad, la frustración, todas las emociones de las que hemos hablado en este artículo tienen una utilidad para nuestra vida, y si las estamos experimentando más intensamente de lo normal, nos están señalando que debemos realizar cambios, o que hay algo con lo que no estamos satisfechos en nuestras vidas.
Por lo tanto, recuerda: tratar de minimizar las emociones “negativas”, ignorarlas o incluso avergonzarse por encontrarse mal anímicamente, solo cronifica el problema y lo agrava a largo plazo.
Así que, ya sabes: date permiso para ser humano. No tienes que poder con todo. El perfeccionismo o la exigencia excesivas pueden pasarte factura con el paso del tiempo. Si te encuentras atrapado en este bucle de pensamientos y emociones que te hacen sufrir y te desgastan, recurre a un psicólogo para que te ayude a reestructurar los pensamientos que mantienen la exigencia, y te ayude a programar actividades que reduzcan el estrés y contribuyan a tu bienestar.
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