Hace unos pocos días, en mitad del alud informativo sobre el covid-19, la emergencia sanitaria y sus devastadoras consecuencias, me llamó la atención un tuit que decía: “Por
primera vez, toda la humanidad está centrada al mismo tiempo en un mismo
problema”.
He leído mucho en los últimos días, seguramente más de lo recomendable y de lo conveniente. He leído recomendaciones sobre elegir momentos del día para informarse, sobre las rutinas de los niños, la comunicación con la pareja, el ratito de los deberes, el mantenerse activo y en forma, y en general, un montón de cosas útiles que hacer en casa para sobrellevar la situación.
También he leído cómo esta crisis es una oportunidad planetaria para
cambiar un montón de cosas, y sobre los beneficios que puede suponer, ya que
más que una emergencia aguda y puntual, quizá esto sea un cambio de paradigma que
instaure cambios permanentes en nuestro estilo de vida.
Bueno, como os decía he leído muchas cosas. Y estoy de acuerdo con algunas, y con otras experimento una especie de rechazo. Más que pensar que esta situación es una oportunidad, creo que esta crisis nos expone a muchas cosas que llevamos mucho tiempo evitando.
Obviamente, generalizar en estas situaciones no tiene mucho sentido. Pero los psicólogos formamos parte del personal sanitario, y de alguna forma, me gustaría contribuir a poder ser parte de la respuesta ante virus. Quizá no de los síntomas que genera el infectarse de Covid-19, pero sí de los síntomas que vamos a sufrir y estamos sufriendo todos, independientemente del virus: todos hemos dado positivo en miedo, ansieda, rabia, impotencia, tristeza, ira, incertidumbre, desesperanza, y otras sensaciones para nada agradables.
¿Quién no ha tenido alguna de estas sensaciones? Yo las he tenido, y en
ningún momento me he sentido raro por ello, o he pensado que no deberían estar
ahí.
Os explico mi punto de vista: muchas veces digo a mis pacientes que las emociones son como la alarma de casa, que suenan para avisarte de algo, y normalmente, favorecen una conducta que hace que reaccionemos. Todas son útiles. No existen emociones negativas y positivas. Todas son ayudan a adaptarnos a cambios.
Si la ansiedad es similar a la alarma de casa, será útil cuando pase algo extraordinario. De la misma forma que la alarma suena cuando entra un ladrón, mi ansiedad será útil cuando haya un peligro repentino, abrupto, grave y real. ¿No os parece que ésa es precisamente la situación en la que estamos?
Algunos colegas de profesión podrán argumentar que sí, pero que la gestión de la ansiedad es capital y que no porque sea útil debemos rendirnos ante la histeria y el pánico. Y es totalmente cierto. Sin embargo, muchos de los mensajes que recibimos en estos días, parecen más encaminados a maquillar, tapar, o enmascarar todo ese cóctel de emociones del que hablaba antes, que a realmente conectar con él y a asimilarlo. Parece que en esta época de inmediatez, en el minuto uno ya se nos está pidiendo que pasemos página.
Así que si estás experimentado alguno de estos síntomas, valídalos, permítetelos, porque son normales. Si veis el vídeo que tenemos en nuestra página de inicio, o habéis estado en la consulta, sabréis que me gusta huir un poco del modelo biomédico de “enfermedad” o “trastorno”, y que precisamente en la mayoría de casos me gusta decir que nos hallamos ante problemas adaptativos. Es decir, que hay cambio en mis circunstancias, un precipitante, que normalmente moviliza una serie de emociones para yo me adapte a ese cambio.
Esta transición no siempre es fluida y rápida, sino que muchas veces va acompañada de dolor, tristeza, ansiedad, confusión, y sensación de pérdida control. Y es ahí donde necesitamos ayuda. ¿Alguna vez has sufrido un duelo? Entonces sabes de lo que hablo. Cómo cuesta volver a tener sensación de “normalidad”. Cuánto cuesta digerir la pérdida de un ser querido, o una separación.
Pues bien, lo que estamos viviendo estos días no es muy distinto. Algo repentino ha sucedido, nuestra realidad ha cambiado súbitamente, y de repente, nuestra vida es otra. Nuestros horarios, rutinas y en general nuestra realidad es distinta. Y no tenemos mucho bagaje donde mirar atrás e hipotetizar qué va a pasar, porque esta situación es inédita en la historia.
¿Adónde quiero ir con esto? A que en muchas ocasiones, en la consulta vemos situaciones en las que las personas huyen hacia delante de sus problemas. Intentan no conectar con el dolor. No quedarse solos en casa. No estar parados en el sofá, para que no les asalten los pensamientos. No ver contenidos que les recuerden el episodio traumático o temido. Pueden incurrir en conductas compulsivas, como rituales, ejercicio excesivo, o evasiones a través de las sustancias o el juego.
A veces no queremos oír la alarma de las emociones. Y las enmascaramos con más ruido. Otro ruido. ¿Has estado alguna vez en esta situación? Si es así, sabrás que entonces las emociones son sabias, y lo que hacen es subir el volumen. Si no te das por aludido, la alarma se hará más intensa, hasta que lo hagas. La ansiedad puede intensificarse, y los síntomas volverse más y más agudos. Sin darnos cuenta, entrenamos a nuestro cerebro para que nos avise de forma radical, enviándonos más ansiedad, precisamente, porque seguimos evitando y huyendo hacia delante.
Como os decía, he visto muchas recomendaciones útiles estos días, pero no dejo de pensar en si realmente, siendo tan proactivos y centrándonos en la productividad, el orden y las tareas cotidianas, no estamos generando más ruido con tal de evitar conectar con nuestras emociones.
Insisto: no hay emociones negativas. Sencillamente, es normal sentirse vulnerable, confundido o preocupado en estas circunstancias. Exprésate, habla de ello, y facilitarás esta “digestión” de que hablábamos en el ejemplo del duelo. Hay mucho que procesar. Y hablando con otros es como vamos a conseguir pasar esta primera fase de “shock”, de incredulidad e irrealidad que ahora nos rodea. ¿Cuántas veces has oído esta semana la frase “esto parece una película”, o “esto no parece real”?
Después, vendrán otras fases. Otras emociones. Y también tendremos que
saber surfearlas, porque como digo siempre, la alarma es muy útil cuando sucede
algo extraordinario, pero no sirve de nada si suena todo el día.
Ése es el criterio que deberías tener en cuenta. ¿Es normal tener miedo? Sí. ¿Es normal estar triste? Sí. Pero hay un criterio de interferencia: si estos síntomas interfieren con mi vida y son incapaz de dormir, desconectar del problema, realizar otras actividades, y empiezo a tener sensación de “bucle” cuando me desahogo o hablo con amigos o familiares… Es momento de pedir ayuda.
Ésta es mi reflexión personal sobre lo que está pasando. Nos necesitamos unos a otros más que nunca. Seguramente en el futuro extraeremos muchas lecciones de esta situación: cuando salimos de la inercia de la rutina y se acaba el “piloto automático”, siempre nos replanteamos nuestras prioridades en la vida. Lo que de verdad es importante. ¿Le estaba dedicando el tiempo suficiente? ¿Estaban mis conductas alineadas con mis valores, con mis objetivos en la vida? Precisamente, para eso sirve esta digestión: para reevaluar la realidad y adaptarnos a la nueva normalidad que surgirá cuando todo esto pase. Pero para que esas lecciones florezcan, primero tenemos que conectar con lo que está pasando. Sin pasar página antes de tiempo.
¿La buena noticia? Que como os decía al principio, todo el planeta está centrado en este problema ahora mismo. Ésa es la buena noticia. Estamos juntos en esto.