Entre el dolor, y la nada, prefiero el dolor, dice William Faulkner en su novela Las palmeras salvajes. La palabra “duelo” precisamente viene del latín dolus, que significa dolor. El dolor puede ser parte de un proceso de adaptación, una reacción necesaria de nuestro organismo para prepararnos ante un cambio.
¿Qué es el duelo?
Desde la psicología, podemos definir el duelo como el proceso emocional que se desencadena tras una pérdida. Este proceso forma parte de nuestro ciclo vital, ya que a lo largo de nuestra vida sufriremos pérdidas en nuestros contextos afectivos más inmediatos, en forma de personas o relaciones con las que estábamos vinculados.
¿Qué debemos saber sobre el duelo ?
Lo primero que debemos saber, desde esta perspectiva del ciclo vital, es que es un proceso natural y no patológico. Muchas personas que acuden a consulta lo hacen preocupadas por las reacciones emocionales que están experimentando: por ejemplo desesperanza, apatía, bajo estado de ánimo… Estas manifestaciones son normales, y cumplen una función en nuestras vidas.
Al sufrir una pérdida, re-evaluamos la realidad. La pérdida (de un ser querido, tras un fallecimiento o una separación amorosa, por ejemplo) implica una ruptura de nuestras expectativas sobre la vida o las relaciones, que debemos ajustar.
Hay que procesar la información nueva (nuestro nuevo horizonte vital, cómo se presenta el futuro) y además en muchas ocasiones reevaluar creencias, patrones, o relaciones que hasta hace poco, eran pilares esenciales sobre los que asentábamos nuestro día a día.
Muchas veces en consulta explicamos que lloramos “el futuro que no viviremos” con la persona que hemos perdido. Afrontar este cambio de horizonte vital es complejo, y requiere una digestión emocional importante. El duelo es el proceso con el que digerimos este cambio, e integramos en nuestra vida el nuevo escenario al que nos dirigimos. Si por ejemplo nos hemos divorciado, también puede que experimentemos emociones muy intensas, además de pena y dolor hacia ese futuro no vivido, también para re-evaluar a la persona que hasta ahora nos acompañaba. Es posible que la decepción y la tristeza (esa ruptura de expectativas de la que hablábamos) nos hagan revisitar momentos pasados de nuestra vida en pareja, viendo de otra forma a a la persona que nos ha acompañado hasta ahora.
Esta ruptura de horizonte vital puede darse igualmente con otros cambios que aparezcan de forma súbita en nuestra vida, como por ejemplo todos aquellos que acarrea padecer una enfermedad, una discapacidad o un problema de salud.
¿Cómo manejar el duelo?
Afrontar el duelo como un proceso natural (esa digestión emocional de la que hablábamos) normaliza y mitiga la preocupación por “no estar bien”. Además, como todo proceso, puede llevar su tiempo, y es frecuente que necesitemos un periodo extenso para asentar estos cambios y volver a sentirnos bien.
El primer paso, por lo tanto, es permitirnos experimentar lo que es un sufrimiento humano universal, y no una patología. No obstante, hay circunstancias en las que podemos necesitar de terapia psicológica para construir un mejor afrontamiento de esta transición y sobrellevar mejor los cambios.
Especialmente para cambiar o dejar de sufrir pensamientos y creencias relacionadas con la culpa. La culpa es una emoción frecuente tras una pérdida. La culpa del superviviente, como se le suele llamar, es un mal frecuente en el duelo. Sentir que podríamos haber hecho más por nuestro ser querido, o que no hemos sido suficiente para otra persona tras separarnos, son pensamientos típicos tras este tipo de procesos, que si bien pueden ser pasajeros, pueden hacernos mucho daño si se convierten en creencias a las que nos aferramos y a las que otorgamos una alta credibilidad.
El manejo del duelo y la evitación de las emociones asociadas van íntimamente relacionados. A menudo comento en consulta que entre una persona que llora, ha dejado de hacer actividades y solo habla de su pérdida, y otra que está muy activa, mantiene un estado de ánimo estable, y no habla nunca de lo sucedido, la que nos preocupa es ésta última.
Cuando hablamos del duelo, lo que suele generar problemas son las respuestas de protección. Es decir, conductas evitativas que realizamos para no conectar con el duelo, para no seguir avanzando en ese proceso de “digestión emocional” del que hablábamos, porque es demasiado intenso o demasiado doloroso.
Afrontar los estímulos relacionados con el duelo y conectar poco a poco de forma progresiva con ellos puede ser parte de la terapia.
También es importante recalcar que existen diferentes mitos relacionados con el duelo y la terapia: existen teorías explicativas sobre el duelo que establecen este proceso como un tránsito entre diferentes fases. Es importante señalar que es un proceso dinámico, y muy diferente entre individuos. Además, existen diferentes aspectos que pueden incidir en él y que hay que explorar con cada persona en consulta.
La persona doliente puede embarcarse en “tareas” o aplicar consejos de la sabiduría popular sobre qué hacer con las pertenencias de su ser querido, o cómo relacionarse con su expareja, que pueden ser totalmente contraproducentes. Por lo tanto, debemos huir de fórmulas y generalizaciones e individualizar el tratamiento en cada caso.
¿Y después, qué?
Una cita que me gusta particularmente es la de la psicóloga Margalida Estarellas, psicóloga: “El duelo es saber que todo volverá a ir bien, pero nada volverá a ser igual”. Y es que a veces, la sensación de haber perdido un pilar fundamental de nuestra vida, o de no reconocer el escenario que se avecina en el futuro, nos hace conectar con ideas como “nunca volveré a ser feliz” o “nunca volveré a encontrar el amor”, y otros pensamientos similares. El duelo nos ayudará a digerir los cambios, y a pasar a la siguiente etapa de nuestra vida, donde volveremos a adaptarnos y a sentirnos bien. Aunque todo sea diferente.